Estas Navidades han sido... diferentes. La gente me pregunta "¿qué tal? ¿echas de menos a la familia? ¿te has aburrido sin salir en estos días de fiesta?"... Es lógico que en algunos momentos eche de menos estar con la family (por Ej. el momentazo de "¿quién critica esta carroza?" en la cabalgata, o recorrerse todo Ávila viendo belenes, o ver quién se atraganta este año con las uvas). Pero, como ya escribía antes, aquí se "echa de menos" de otra forma: sin tristeza o querer salir corriendo.
Las costumbres de un monasterio en estos días son lo más divertido de todo. El 24 por la noche nos acostamos una hora antes, para levantarnos a Vigilias a las 23 h. y tener la Misa del Gallo a medianoche (creo que era la primera a la que iba). Y justo después tuvimos una buena cena de fiesta: juntamos mesas para estar todos juntos, adornitos navideños, turrón casero y champán. Nos acostamos (otra vez) sobre las 2:30 h. Laudes a las 8:30 h. y desayuno muy chocolateado (como no podía ser menos en un monasterio, que diría mi hermano Andrés). La Misa de Navidad a las 12 h. fue solemnísima ("solemnísima" en el Diccionario Fran de la Lengua Española: me tocó estar con el incensario p'arriba y p'abajo toda la celebración). La comida también fue muy entrañable, contando batallitas y anécdotas varias durante el cafecito de después. Por la tarde algunos se echaron una buena siesta, otros pusimos una peli con el cañón.
El 26, 1 y 6 fueron días también parecidos: clima distendido, comida todos juntos charlando y película después de comer. Aunque cada día tenía un tinte especial según lo que celebráramos, no sé por qué (quizá porque de lo que meditamos se nos nota en lo que vivimos).
El 28 y 29 estuve en mi pueblo, pues mis padres cumplieron sus Bodas de Plata el 28, y aunque sólo fue día y medio y no hicimos gran cosa, comimos juntos en casa (los cuatro) y fuimos a cenar fuera y ya fue un gran día de celebración. A pesar de los kilómetros y horas de tren y autobuses para tan poco tiempo, mereció la pena. Al volver, cada uno de los monjes se pensaba una cosa y me miraban extrañados. Con eso del silencio, algún despistao no se había enterado del motivo del viaje (seguro que alguno se temía lo peor...).
Por lo demás, los Reyes me trajeron muuuuuuchos libros. Mi compañero me dice que soy masoquista: más trabajo para la biblioteca. El Olentzero no me trajo nada, pero las Navidades a la vasca no están nada mal. Sobre todo por el tiempo para rezar delante de un belén y contemplar la Buena Noticia que predicamos hecha carne.
FJ
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