domingo, 28 de noviembre de 2010

Fray Pincho USB


No hablo de indigencia, pues he aprendido a bastarme como me encuentro. Sé carecer y abundar. Estoy plenamente iniciado en la saciedad y el ayuno, en la abundancia y en la escasez. Todo lo puedo con el que me da fuerzas (4,11-13).
Desde el fin de semana pasado me encuentro ejerciendo labores de informático, además de bibliotecario. ¡Quién me iba a decir que me tenía que meter en un monasterio para aprender informática! de hecho "monasterio" e "informática" son dos palabras que nunca había pensado que podían ir juntas.
Todo comenzó por unas conferencias. El padre prior me pidió que dividiese unos CDs con conferencias en pistas, pues estaban grabados de un tirón. Me puse a bichear. Recorrí todos los ordenadores de la casa, cada cual me resultaba más curioso: en un sitio un Mac del año catapún, en otro un Windows 95 (yo creía que ya sólo existían en los libros de historia), este otro no me sirve porque es XP pero no tiene tarjeta de sonido, aquel tampoco porque no lee ni converte a MP3... ¡Vaya jaleo! Con el pen-drive y los CDs a todos los lados, probando y haciendo en éste una cosa, y ahora guarda y vete al otro...
Pero oye, no sé cómo lo hacen, pero todos los ordenadores funcionan y bien, desde el más antiguo al más nuevo. Cada uno cumple su función en la vida cotidiana: éste le utiliza uno de los hermanos para informatizar partituras, ése lo usamos para pasar documentos e imprimir con la láser, aquél para internet y descargas...
Interesante reflexión para la mentalidad que yo tenía: no hace falta tener lo úlitmo de lo último, pues hasta lo más sencillo te puede servir mucho tiempo si sabes utilizarlo bien y con cuidado. Como dice mi amiga Rocío: "que se quite el Vista donde esté el XP".
En lo que llevo en el monasterio, he aprendido a gestionar bases de datos, actualizado ordenadores, revisado un proyector y un reproductor MP3 (aunque sin éxito), y espero que al final de la próxima semana los 32 CDs se hayan convertido en 5 o 6, en MP3 y con pistas. Con los mejores o los medios más antiguos, "todo lo puedo con el que me da fuerzas".
FJ

domingo, 21 de noviembre de 2010

¡Cántame! Me dijiste ¡cántame!

Egun on!
Esta semana estamos trabajando en la actualización de los ordenadores y otras tareillas informáticas. La próxima semana, si Dios quiere, especificaré un poco más...
Por lo pronto aquí os dejo un video, de hace más de 3 años, calculo yo (el padre Isaac todavía era diácono, aparece a la derecha del todo en el vídeo), pero que seguro que os va a gustar...



FJ

domingo, 14 de noviembre de 2010

Celda 9 (no hay 211)


Quiero que sepáis, hermanos, que mi situación ha redundado en la difusión de la Buena Noticia; pues el personal del pretorio y la demás gente han descubierto que estoy preso por Cristo, mientras que la mayoría de los hermanos confían en el Señor, con mi prisión cobran ánimos para anunciar el mensaje sin temor (1,12-14).
La comunidad trapense en la que me encuentro (o Císter de Estrecha Observancia) es muy variopinta. Actualmente estamos 9, incluyéndonos a un novicio, a un postulante y a mí (que no sé ni lo que soy). Procedencias distintas: Bilbao, Gipúzcoa, Navarra (x2), Málaga, Madrid, Sevilla, Segovia, Zaragoza. Historias distintas: por ejemplo, un hermano ha viajado por comunidades misioneras de todo el mundo (me estuvo contando de Angola sobre todo); otro tardó casi 10 años en entrar porque no le admitían, pero insistía e insistía todos los años hasta que le cogieron (como la viuda y el juez en el Evangelio); un organista y maestro de escuela... Caracteres distintos, gustos distintos, manías distintas...
¿Qué puede hacer que gente tan diferente decida vivir toda la vida, juntos y en el mismo lugar? Porque esto es la vida trapense: voto de conversión y de estabilidad. ¿Por qué alguien decide vivir "enclaustrado" o "encarcelado" en un sitio para toda su vida?
"Estoy preso por Cristo".
El Aita Patxi falleció el pasado mayo, y ahora él e Iñaki Aranguren nos acompañan de una manera diferente. Iñaki era (es) toda una cabeza pensante: traductor de griego y latín, compositor de música... Patxi fue sacerdote diocesano y estuvo muchos años en Los Ríos (Ecuador) de misionero. Un año al volver a España ingresó en el monasterio de La Oliva, pues comprendió (como Sta. Teresa de Lisieux) que haría más por las misiones en el monasterio (por todos los misioneros, con su oración y su fuerza).
Ambos vivieron en estas "celdas". Yo vivo en la celda 9, la que antes tenía el padre Isaac (ahora abad en La Oliva). Ayer escuché cómo un hermano le decía a otro "te has dejado la luz de la celda encendida" y me sonó muy raro. Ahora comprendo que "estar preso por Cristo" da mucho más juego del que pensaba.
FJ

domingo, 7 de noviembre de 2010

El Principito

Queridos míos, sed obedientes como siempre: no sólo en presencia mía, sino más aún en mi ausencia, trabajando escrupulosamente en vuestra salvación. Pues es Dios quien, según su designio, produce en vosotros el deseo y su ejecución (2,12-13).
El Principito es uno de esos relatos que no pasan nunca, y que uno no tiene que haber estudiado gran cosa para enterarse. Así como Momo o La Historia Interminable, muchos hemos dedicado tardes enteras a su lectura. Pero lo mejor de todo es un secreto que guarda: cualquiera puede dialogar con el principito y su autor. Seas niño o anciano, joven o ya mayor siempre puedes leer y asombrarte, y desde el punto de vista en el que te encuentras ("las gafas" con las que lees) unos detalles u otros irán floreciendo.
La semana pasada encontré El Principito colocando las estanterías de la biblioteca. El Principito, ¿en un monasterio? Pues sí, como otras tantas sorpresas de este tipo de vida... Mi trabajo aquí es ése: ordenar e informatizar la biblioteca. Trabajo que lleva unas 6 horas al día (las otras 2 de la "jornada laboral" son de estudio), y más de un quebradero de cabeza (sin haber hecho Teología todos estos años, estaría muuuuuy perdido...).
Y me pregunto, ¿de qué sirve tanto tiempo dedicado a ello? Parece que no aporto nada: ni a la tienda, ni al funcionamiento de la casa... ¿a la sociedad? No mucho... Además, quizá sacaría mayor provecho si cuando no está el prior salgo a pasear y meditar por el monte, ¿no? Todo eso no es importante: esté o no esté "el jefe", hay que trabajar por nuestra salvación, por la de todos los hombres, pues es Dios quien nos lo ha pedido. S. Pablo bien nos lo dice.
¡Qué diferencia y qué gozo! ¡Qué cambio de perspectiva! El trabajo se transforma también en oración, y aunque uno no esté recitando continuamente salmos, haciendo bien su trabajo, con alegría y por amor a Jesucristo, se convierte en intercesión poderosa.
¿De qué sirve el trabajo? Como oración. ¿De qué servirá, pues, leer El Principito?
FJ