viernes, 5 de julio de 2013

Pablo en Filipos y la oración (1)

Zarpando a Tróade, navegamos derecho a Samotracia; el día siguiente llegamos a Neápolis, de allí a Filipos, que es la primera ciudad de esta parte de Macedonia, colonia romana, donde pasamos algunos días. El sábado salimos fuera de la puerta, junto al río, donde pensamos que estaba el lugar de la oración, y sentados, hablábamos con algunas mujeres que se hallaban reunidas. Cierta mujer llamada Lidia, temerosa de Dios, purpuraria, de la ciudad de Tiatira, escuchaba atenta. El Señor había abierto su corazón para atender a las cosas que Pablo decía. Una vez que se bautizó con toda su casa, rogó diciendo: Puesto que me habéis juzgado fiel al Señor, entrad en mi casa y quedaos en ella; y nos obligó. (Hch 16,11-15)

Como podéis comprobar, hace un tiempo que no escribo apenas de forma como lo hacía en Zenarruza. ¡Ya quisiera yo escribir como antes, pues partía de la vivencia! Además, en este tiempo de sequedad, tempestad, desconcierto... uno no sabe bien de qué escribir. Quizá porque la oración ya no es lo mismo...

Precisamente por esta necesidad, la oración, comienza una serie de reflexiones sobre el tema, partiendo de un texto sorprendente: Filipos en Hechos de los Apóstoles. Iremos desgranando el texto, que menciona en múltiples ocasiones diversos aspectos de la palabra "oración".

Nos dirigimos hacia donde pensábamos que estaba el lugar de oración... Y digo yo: ¿dónde pensamos hoy nosotros que está el lugar de oración? Porque Pablo y los suyos lo intuyeron en seguida... Debía de ser un lugar con ciertas características peculiares... Un lugar de reunión de orantes también...

Además, la oración implica una escucha atenta, sobre todo a la Palabra de Dios. Ante esta actitud, el Señor abre el corazón para atender y entender su mensaje.

En estos días de incertidumbre, ajetreo, novedades, es bueno echar la vista atrás para comprobar que San Ignacio ganó más retirándose a una cueva olvidada, un lugar de oración, para escuchar con atención a su Señor y que Él abriese su corazón para poder responder a su Palabra. ¡Cuántos viven de esta forma toda su vida! ¡Y cuántos tienen esta sencilla experiencia y altera todo su mundo! ¡Ambos ya no vuelven a ser los mismos! Renovaron su bautismo, dejaron entrar a Dios y sus mensajeros en su casa, en lo más íntimo de su ser, y su vida cambió para siempre...

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